viernes, 2 de julio de 2010

HISTORIA DE NUESTRO PADRE FUNDADOR



Padre José Kentenich
Fundador del Movimiento de Schoenstatt Elegido por Dios


¿De Nazareth puede haber cosa buena? (Jn. 1,46) Así razona la inteligencia humana acerca del origen de Cristo. A quién le sorprende ésto cuando el mundo juzga por las apariencias, por la fama, por el honor, por la posición social, por el rendimiento. Al contrario del mundo, Dios elige con preferencia lo débil, lo pequeño e insignificante. “El es quien realiza obras grandes a través de los más pequeños”. Según el Padre Kentenich esta es una ley fundamental en el Reino de Dios.

También en la vida del Padre Kentenich se realiza esta ley, que es confirmada con las palabras del Profeta Isaías: “Jahveh desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre…en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda… Me dijo: Tú eres mi siervo (Israel) en quien me gloriaré” (Is. 49,1-3)

El Padre Kentenich nació el 18 de noviembre de 1885 en Gymnich, Colonia, Alemania. Por dificultades económicas su madre tuvo que trabajar fuera de casa, por lo que el pequeño José creció junto a sus abuelos. Durante su infancia dos veces estuvo en peligro de muerte. Una vez una vaca enfurecida lanzó la canasta en la que reposaba José al arroyo. En otra ocasión cuando tenía tres años se cayó a un pozo, su abuelo que estaba cerca lo alcanzó a ver y llegó a tiempo para salvarlo. Desde pequeño José era muy inteligente e ingenioso, pero también poseía una profunda inclinación a lo religioso. El mismo hizo una oración a la Santísima Virgen en la que le pide, lo ayude a ser siempre puro.

Como su madre no podía preocuparse directamente de su educación, a los nueve años lo llevó al orfelinato de Oberhausen, allí frente a la imagen de la Santísima Virgen se lo entregó para que Ella lo educara. José hizo suya esta consagración y se entregó totalmente a la Virgen. Más tarde él dice, que esto fue una experiencia decisiva de su juventud que marcó profundamente toda su vida. El tomó en serio esta entrega a la Virgen y Ella se manifestó como su Madre y Educadora, como la Medianera de muchas gracias y bendiciones. También agrega, que todo lo sucedido en su vida se lo tiene que agradecer a la Santísima Virgen, y que siempre se sintió y supo dependiente de Ella.

Desde muy temprano Dios despertó en José el deseo de ser sacerdote, ya el día de su primera Comunión se lo dijo a su mamá. A pesar de las dificultades que hacían inalcanzable la meta, José no se desanimó, siguió confiando en la realización de su anhelo. Durante su niñez se interesaba por todo, también hizo travesuras que a veces eran verdaderas hazañas. Un día junto con el hijo del sacristán y su primo, subieron a la torre de la Iglesia parroquial. Ellos pensaron que nadie los observaba, pero el párroco que los había visto, cerró la puerta con llave para atraparlos al salir. Cuando terminaron la expedición y quisieron volver, se dieron cuenta que la puerta estaba con llave pero no golpearon sino que volvieron a subir a la torre y por el entretecho de la Iglesia llegaron a una abertura, junto a una columna del altar por la que se deslizaron; sin que nadie se diera cuenta salieron por otra puerta.

En otra oportunidad se fue con unos amigos al arroyo para probar quien era más valiente y se atrevía a saltar al otro lado. Entre ellos había uno que no se atrevía a saltar y para obligarlo le tiraron la gorra al otro lado. Este juego lo repetía José también en el invierno, cuando el arroyo estaba en parte congelado, cayéndose muchas veces al agua. Cuando llovía le gustaba ponerse bajo el agua que caía por las canales de los techos, llegando a su casa completamente mojado.

José ante todo amaba la libertad, no podía soportar que lo obligaran a hacer algo, por eso no le gustaba ir al Kindergarten. Una vez cayó al pozo y lo sacaron inconsciente; tenía el rostro pálido y no daba señales de vida. La enfermera no sabía como hacerlo reaccionar, de repente se le ocurrió decirle “José pronto estará bien, podrá ir al colegio y allí recibirá un santito”. Esto lo hizo reaccionar, abriendo los ojos dijo: “Yo no voy al Kinder, yo no quiero ningún santito”.

También su amor por la verdad y la justicia eran en él muy marcados. Un día en la escuela cuando su profesora creía que José no había hecho sus tareas, sino que otra persona se las había hecho, se defendió con todas sus fuerzas hasta que se supo la verdad. La prima de José había limpiado el borde de la pizarrita, donde estaba escrita la tarea y había borrado algunas palabras y para que su primo no se diera cuenta las había escrito ella misma de nuevo. En sus años de estudiante le gustaba mucho caminar y después llenaba sus cuadernos con las descripciones de sus paseos. También hizo poesías o discursos para las celebraciones del colegio.

Su anhelo de Dios era muy fuerte, muchas veces renunciaba a alguna alegría natural por un bien más alto. Más tarde él mismo dijo de sí: “Hay personas que desde niño son tan sobrenaturales que, desde los primeros años lo puramente natural no les llama la atención. Todos sus impulsos están dirigidos hacia lo Eterno, a lo Infinito, hacia Dios… Yo puedo decir que así fue el proceso de mi vida personal…La secreta tendencia del ser no pudo ser satisfecha en ninguna parte. El amor íntimo, personal no quiso entregarse en ningún otro lugar, sino sólo en Dios…”



Conducido por Dios

El Padre J. Kentenich entró a los catorce años al colegio de los Pallotinos en Ehrenbreitstein, su gran anhelo era ser misionero en Africa. Dios acompañó al P. Kentenich y no lo dejó nunca sólo, lo preparó para su tarea a través de muchos sufrimientos, soledad interior, crisis espiritual. Durante sus estudios de Filosofía sufrió una dura crisis que lo llevó a un estado de escepticismo que ponía todo bajo la pregunta: ¿Qué es verdad? Muchas veces pensó que si seguía en ese estado se iba a volver loco. Pero la Santísima Virgen, que en las dificultades siempre lo había ayudado, lo sacó de ese estado.

El reconoció que María es la persona totalmente armónica, plena de Dios que por su fe dominó y venció la vida en cada situación y comprendió al mismo tiempo que ese era el camino, su camino que debía seguir. José renovó con gran confianza la consagración que había hecho a los nueve años y se entregó a Dios con fe ciega; así pudo seguir su camino como María y con María sin vacilar porque se supo conducido por Dios. Como contraregalo a esa entrega, Dios le dio una fe sencilla, filial, inconmovible que llegó a ser símbolo de su personalidad

El 8 de julio de 1910 fue ordenado sacerdote en Limburgo. La meta de su futura vida sacerdotal la expresó en el recuerdo de su primera Misa:…”que todos los espíritus se unan en la verdad y los corazones en el amor…” por este fin arriesgó todas sus fuerzas. Por su salud no pudo ser enviado a la misión del Camerún, sino que fue nombrado profesor de latín y alemán en Ehrenbreitstein. El vio en esto la conducción de Dios y puso todas sus fuerzas en la realización de su tarea. Desde las primeras clases supo despertar el interés de sus alumnos, a los que trató siempre como amigos y colaboradores. Comenzó sus clases con la frase: “Ahora queremos trabajar juntos. Les voy a exigir mucho, pero también ustedes pueden exigir de mí el máximo. Así vamos a hacernos buenos amigos este año…” ¡Cuánta responsabilidad hay detrás de esas palabras, pero también qué llamada al trabajo personal de los alumnos!

Uno de sus alumnos contó más tarde: “Las clases fueron inolvidables. Ellas formaron la vida de algunos alumnos. No eran sólo clases con las instrucciones acostumbradas sino que eran una amplia actuación de todas las fuerzas espirituales y morales de cada alumno, de todo el curso en una competencia libre, noble y disciplinada”. A pesar de las grandes exigencias que el Padre Kentenich se hizo a sí mismo y que hizo a sus alumnos, permaneció como el educador auténticamente humano. Esto lo demostraba por ejemplo para Navidad cuando sus alumnos llegaban a verlo a su pieza, él les regalaba galletitas.

Después de trabajar en Ehrenbreitstein fue nombrado en octubre de 1912 Director Espiritual del nuevo Seminario en Schoenstatt, donde más tarde fundó la obra de Schoenstatt. Allí se puso a entera disposición de los jóvenes, regalándoles toda su confianza, pero especialmente su corazón. Siempre ayudó a los jóvenes y les dió consejo cuando llegaban a contarle sus problemas y dificultades. De esta manera comprobaron que lo que el Padre Kentenich les dijera una vez era realidad: “Yo quiero hacer de Madre para ustedes”. Los estudiantes se dieron cuenta que los valoraba y trataba como personalidades. Supo guiar sus impulsos de libertinaje por el recto camino y los entusiasmó por la verdadera libertad, la libertad de la personalidad. Esta meta despertó la generosidad y la libre colaboración, superando así la crisis de autoridad que había surgido al comienzo. Uno de los jóvenes contó: “El Padre causó en nosotros una profunda impresión. Entre los estudiantes nunca se escuchó una crítica contra él. Nosotros le teníamos mucha confianza, escuchábamos sus conferencias con gusto y más tarde las analizábamos. El era simplemente el guía que comprendía a los jóvenes y nosotros éramos sus entusiastas seguidores.

El Padre Kentenich enfermó gravemente, estuvo al borde de la muerte. De nuevo aquí se hizo evidente la ley; Dios crea sus obras de la nada. Cuando él supo que el médico le había dado -sólo dos meses de vida- se puso de nuevo a trabajar porque como él mismo lo dijo, quería “hacer muchas cosas para la gloria de Dios y salvación de las almas”. Más tarde recordando el diagnóstico del médico decía bromeando: -los dos meses aún no han pasado–. En este tiempo surgió en el Padre Kentenich una idea predilecta que no lo dejó tranquilo y que más adelante llegó a ser el origen de Schoenstatt. La causa de esta idea fue un artículo que apareció en al diario sobre Bartolo Longo, abogado italiano, quien había creado un Santuario Mariano en la ciudad de Pompeya. El Padre Kentenich vio en este hecho una señal de la Providencia y meditó largamente sobre él. “¿No podría suceder algo semejante también en Schoenstatt?” Después de mucho meditar y rezar llegó a la conclusión de entregar todas sus fuerzas para que la pequeña Capilla dedicada al arcángel San Miguel, con la ayuda de los estudiantes, llegara a ser un lugar de gracias de la Santísima Virgen. Su anhelo era que la Santísima Virgen “estableciera aquí su trono, repartiera sus tesoros y obrara milagros de gracia”.

El 18 de octubre de 1914, en la primera plática que el Padre Kentenich dirige a los estudiantes les propuso su secreta idea predilecta, su audaz pensamiento, que ellos debían realizar a través de una seria y auténtica aspiración a la santidad. Algunos estudiantes hicieron suyo el audaz pensamiento del Director Espiritual y con él se entregaron a la Santísima Virgen en Alianza de Amor. Llevaban sus “contribuciones” al pequeño Santuario y se lo entregaban a la Santísima Virgen para que Ella realizara milagros de gracia en los corazones y renovara el mundo; así vivían ellos el “Nada sin Tí, nada sin nosotros”. Para ello aprovechaban cada ocasión, tanto las cosas pequeñas e insignificantes de cada día, como también lo más extraordinario que sucedía durante el tiempo de guerra. Esta fue para ellos según el Padre Kentenich “una poderosa misión para el pueblo, un fuerte retiro dado por Dios”.

La Alianza que los estudiantes sellaron es el fundamento de Schoenstatt. Sin saberlo los estudiantes llegaron a ser colaboradores de esta obra de Dios. La pequeña Capilla pasó a convertirse en un lugar de gracias de María, en el centro de un movimiento de renovación para la Iglesia y para el mundo actual. El Padre Kentenich no vio inmediatamente el fruto de la Alianza de Amor que hoy vemos en Schoenstatt. La semilla sembrada germinó lentamente bajo la tierra. El Padre la cuidó con paciencia y nunca perdió la esperanza en que ella brotaría y produciría abundantes frutos.



Enviado por Dios

En los años siguientes se fue viendo más claramente que la misión que Dios diera al Padre Kentenich era ayudar a solucionar a través de su ser paternal sacerdotal, el problema que el hombre actual tiene frente a Dios. La Santísima Virgen lo educó para ello e hizo de él un reflejo del Dios Misericordioso, haciéndolo participar de su ser y actuar de Padre. Esta fue para muchas personas su gran experiencia.

Algunos sacerdotes han escrito:

“Si puedo caracterizar la persona del Padre Kentenich con una frase entonces quisiera decir: él es un reflejo, un transparente clásico y singular de Dios Padre. Desde la juventud parece haberse apropiado del método de Dios. En muchas ocasiones se hacía la pregunta, ¿cómo lo haría Dios?, entonces, hagámoslo también así”.

El Padre Kentenich nos mostró al Padre en sus palabras… pero también lo experimentamos a él mismo como Padre. Hace años se escribió que es tan necesario el –renacer del Padre– para sanar el descobijamiento sicológico y espiritual del hombre. Para nosotros el Padre ha nacido en Schoenstatt. Muchas personas que conocieron al Padre Kentenich quedaron impresionados de su ser, de su bondad, de su amor y sabiduría. El sabía interpretar y aplicar las verdades sobrenaturales de una manera nueva más vital. Sobretodo supo mostrar la verdadera posición de la Santísima Virgen en la obra de la Salvación. Quien lo escuchaba en sus pláticas se daba cuenta que su educación no era fruto de los libros, sino que era la inspiración recibida de Dios. “…El oído en el corazón de Dios, la mano en el pulso del tiempo…” así buscaba la voluntad de Dios para realizarla en la misión que recibiera.

Personas de distintos países dan testimonio de cómo experimentaron al Padre Kentenich en su carácter de guía profético y sacerdotal. Algunos testimonios:

“En el Padre Kentenich se destacó su carácter sacerdotal profético que tuvo la tarea de dar orientación en un tiempo caótico e inseguro y de desenmascarar y superar los signos del tiempo (nacionalsocialismo, ateísmo). Ayudó a toda una generación de sacerdotes, entre los años 1920 al 1940, a que comprendieran el tiempo, a que fueran capaces de creer en su propia misión y de realizarla conscientemente”.

“Uno no podría sustraerse a la fuerza de irradiación de esta personalidad sacerdotal, de este educador bendecido por Dios… Sin Schoenstatt, sin la Mater ter Admirabilis, sin el Padre Kentenich… mi vida profesional, familiar y personal no hubiera tenido el desarrollo seguro y recto que tuvo…”

Muchos sacerdotes y laicos pertenecen a las distintas ramas de la Obra de Schoenstatt. Ellos experimentaron que el Padre Kentenich hablaba con autoridad, tenía el poder de entusiasmarlos para que siguieran a Cristo; los sabía entusiasmar por el ideal de la Santidad a través de la Alianza de Amor con María. Quien conoció al Padre Kentenich cambió su vida. Dos pequeños hechos a los que se pueden agregar muchos más lo demuestran:

“…su bondad y cercanía actuaron en mí de una manera tan marcada que comencé a realizar lo mismo que él…” “Desde que conozco al Padre Kentenich veo las cosas de la vida diaria con otros ojos. A través de él he profundizado en la fe y desde que lo conocí he adquirido una nueva relación con Dios, como Padre…”

El Padre Kentenich condujo siempre a todos los que llegaron donde él hacia el Santuario de la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt. “Sin cesar nos llamó el Padre del barullo del mundo a ese punto central, a esa inconmovible roca que es el Santuario, nosotros llegamos a ser como él uno con esa roca. Allí… él ofreció y preparó el trono a la Santísima Virgen… para que Ella se manifestara y revelara a nuestro tiempo, y a los siglos futuros…”

El Padre no evitó nunca los riesgos en la realización de su misión. Dio conferencias y retiros en y fuera de Schoenstatt. Después de la segunda guerra mundial viajó a distintos países llevando el mensaje de la Alianza de Amor con la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt. Día tras día y a menudo hasta muy tarde en la noche trabajó para la Obra de Schoenstatt. Se regaló enteramente a Dios y a los hombres. A pesar de haber vivido tan ocupado, con tanto trabajo, nunca dio la impresión de una persona apurada e impaciente. Era una persona tranquila que tenía tiempo para todos y cada uno. Poseía la capacidad de adaptarse fácilmente a cada situación, a cada persona. Después de haber observado al Padre, una profesora contó: “Muchas veces fue ejemplo de sencillez y respeto en el trato con personalidades eclesiásticas y civiles, pero también con el pueblo sencillo, con los niños en el colegio. Se adaptaba a todas las situaciones con plena libertad y naturalidad al mismo tiempo que su persona irradiaba lo sobrenatural y conducía hacia Dios”

Ante cada necesidad estaba dispuesto a ayudar porque nada fue para él demasiado pequeño e insignificante. Muchas señoras que lo conocieron, experimentaron su ayuda comprensiva. Una mamá relató más tarde: “El Padre Kentenich comprendía cada necesidad como un padre. Hacía suyas mis necesidades y siempre estaba dispuesto a ayudarme. Su comprensión al compartir el dolor de una madre me impresionó tan profundamente que me ayudó a superar mi situación. Tenía la impresión que el podía penetrar en mi alma y que me comprendía totalmente. Siempre cuando golpeaba a su puerta, sabía que sería recibida”.

Un padre de familia en EE.UU donde el Padre trabajó como Párroco de los alemanes contó: ” Para mí como hombre, el Padre Kentenich era… el Sacerdote en el cual yo como adulto veía el rostro de un Padre. Podíamos bromear juntos, era un amigo para mí. Quería mucho a mis hijos. Yo me sentía impulsado a hacer algo por él…”

Una vez durante un viaje llegaron a una aldea donde vivía un campesino que había tenido muchas desgracias en su establo. Al escuchar esta noticia el Padre Kentenich sintió la necesidad de ayudar y se dirigió inmediatamente al lugar. Después de muchos años la esposa del campesino recordaba: “Todos estuvimos con el Padre Kentenich en nuestro establo. El rezó y bendijo todo siempre de nuevo. Nosotros estábamos profundamente conmovidos por esta oración y bendición. Hasta el día de hoy nunca más hemos sufrido desgracia en el establo…”

¿De dónde recibía el Padre Kentenich la fuerza para entregarse tan abnegadamente al servicio de los hombres? El lo dijo sencillamente una vez: “El 18 de octubre de 1914, la Santísima Virgen puso a mi disposición su corazón maternal… a Ella le agradezco todo”. Ella que fue creada por Dios como transparente de su amor y bondad, como –imán de los corazones– para llevar a los hombres al corazón de Dios, formó al Padre Kentenich como reflejo de su propio ser, como transparente del amor paternal de Dios.



Probado por Dios

Cada persona que ha sido escogida por Dios es marcada con la cruz. Esto también sucedió en la vida del P. Kentenich. El aceptó el sufrimiento con valentía y siguió a su Maestro porque sabía que la cruz de la vida es una gracia que significa fecundidad para el Reino de Dios. Así lo dijo una vez: ” Todo el sufrimiento que Dios nos envía tiene sólo un sentido y es: que a semejanza de la Santísima Virgen tomemos la tarea de vida del Salvador y a través de la cruz pongamos el mundo nuevamente a los pies del Padre. Al igual que la Santísima Virgen nosotros somos hijos de la cruz y por la muerte de Cristo llegamos a ser predilectos del Padre”.

Al Padre Kentenich amó la cruz. Vio en ella un gran valor, una prueba del amor de Dios, que soportó por su obra a la que regaló toda la fuerza de amor y de vida. En un tiempo difícil el Padre escribió: “Para mí cruz y sufrimiento, desprecio, oprobio, deshonra y renuncia….es lo más valioso, son los regalos de más valor que el amor del Padre me envía para que yo me asemeje al Salvador y en El, atraiga de manera especial la complacencia del Padre”.

El 20 de setiembre de 1941 el Padre Kentenich fue hecho prisionero por la policía secreta del tercer Reino, llevado a la cárcel y más tarde al campo de concentración de Dachau, porque refiriéndose al signo nazi (que era una cruz) había dicho: “nosotros nos mantenemos firmes, fieles a la cruz de Cristo”. Desde la prisión escribió que se sentía como un caminante que por fin ha llegado a la tierra de sus anhelos, de sus tranquilos sueños… Cuando se le presentó la oportunidad de ser liberado del campo de concentración la rechazó porque había visto que la voluntad de Dios era que siguiera ese duro camino. A un sacerdote prisionero le dijo: “en Dachau me necesitan” y “nunca antes en mi vida he sido tan feliz como aquí”.

La celda donde estaba prisionero el Padre Kentenich fue para muchos hogar donde recibían consejo, ayuda y comprensión. Mas de algún guardia llegó donde el Padre a buscar consejo y fuerzas. También algunos prisioneros fueron llevados allí para que él los ayudara a soportar su situación, que muchas veces era ser llevado al campo de concentración. El fue para todos simplemente “el Padre” que ayudaba a cada uno.

Un sacerdote que compartió con él la estrecha celda de la prisión, está feliz y agradecido de haber vivido “con un Santo”. Considera esta vivencia como una de las gracias más grandes que ha recibido en su vida. En Dachau el Padre Kentenich dominó las dificultades del campo con una gran firmeza de carácter y una inquebrantable fidelidad a sí mismo. Un compañero de prisión dio testimonio de él: “El estar junto al Padre Kentenich nos causó desde el principio una gran impresión… Siempre de nuevo teniamos que admirarlo. Yo llegué al convencimiento: este es el primer hombre que tú has encontrado que es verdaderamente un hombre. Esto es un carisma…”.

Otro prisionero cuenta: “Ya en mi primer encuentro con él, en el campo de concentración, constaté con gran alegría que el Padre Kentenich seguía siendo la personalidad clara y fuerte que siempre fue. No se le pudo quitar la plenitud de sus valores interiores porque él no entregó nada. Su vida interior fue siempre la fuente que le dio las fuerzas para conformar su vida. Cuando se lo dije, me contestó sonriendo: “Me pueden quitar todo, la barba, la libertad exterior. Más, no entrego. Y conscientemente pongo la más fuerte resistencia frente a las tendencias de nivelación y despersonalización del campo. Nunca queremos rendirnos…”

Un testimonio narra: “Una vez en el tiempo de mayor hambruna, cuando no se podía enviar ningún paquete al campo de concentración, ví al Padre Kentenich, que seguramente tenía tanta hambre como nosotros, compartir con su cohermano un trozo de pan”. A pesar de las deprimentes situaciones del campo de concentración, alrededor del Padre reinaba tal atmósfera de alegría que uno de sus compañeros de prisión pudo decir: “A través de la presencia del Padre Kentenich el infierno de Dachau se convirtió para nosotros en cielo”. Esto llegó a ser realidad porque el Padre luchó frente a todos los acontecimientos por una actitud de fe en la Divina Providencia, por una filiación frente a Dios. Tenía una confianza tan inconmovible que permaneció libre interiormente y acercó a sus compañeros de prisión cada vez más hacia Dios. Algunos de ellos escribieron más tarde: “El hablaba y vivía como si estuviera viendo lo sobrenatural. Cuando nos sucedía alguna desgracia siempre podía repetir: “Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que El hace. El nos mostró metas y caminos que nosotros antes no habíamos visto”.

“Tenía una gran confianza en la Santísima Virgen, aún en las cosas más pequeñas de la vida diaria. Una vez cuando no se podían recibir paquetes con alimentos y éstos disminuían cada día, el Padre Kentenich no se preocupó en lo más mínimo. Sus palabras fueron siempre: “no se preocupen, la Madre de Dios no nos abandonará. Pero no dejen de rezar… y efectivamente la confianza nunca fue defraudada”.

“También en otras situaciones nos animaba siempre de nuevo: “recen, recen y recibirán” y nosotros hemos recibido. En nosotros influyó tan fuertemente esta seguridad que él tenía aún en las cosas más pequeñas que también nos entregamos totalmente a la Santísima Virgen”. Un sacerdote polaco confesó: “Sus palabras nos dieron mucha fuerza… hemos comprendido que somos instrumentos de Dios y que participamos de los sufrimientos de Cristo. Nuestros sufrimientos soportados por amor pueden ayudar a enriquecer el mundo…”. Si el Padre Kentenich no se ha conquistado el cielo, entonces tampoco lo hemos conquistado nosotros.

El Padre Kentenich salió del campo de concentración el 6 de abril de 1945. Inquebrantable regresó a Schoenstatt a trabajar como antes en su Obra. Pero Dios le tenía una cruz más pesada aún que debía soportar. La Iglesia lo separó de la Familia de Schoenstatt, de su Obra. Durante catorce años permaneció viendo la Obra de su vida en peligro. A semejanza de lo que Abraham hizo con su hijo Isaac en el antiguo testamento, así el Padre colocó también “al hijo de su corazón”, a la Obra de Schoenstatt sobre el altar del sacrificio. Sin amargura siguió su vía crucis y mostró de esta manera su amor a la Iglesia. Soportó con tranquilidad todas las dificultades y pruebas hasta que Dios le mostró el término de su destierro.

“Yo conocí al Padre Kentenich en Roma en uno de los momentos más difíciles, pude admirar su inmensa tranquilidad y su plena confianza en la Divina Providencia. No puedo olvidar las palabras que él dijera aquella vez: “Yo siempre estoy alegre en las manos de la Santísima Virgen”. Nunca escuché de él una palabra de indignación. Siempre reflejó un gran amor”.

Después de una audiencia con el Papa Paulo VI, volvió a Schoenstatt para Navidad de 1965. Allí continuó trabajando por su Obra.



Bendecido por Dios

Pocas veces una vida sacerdotal ha sido tan abundantemente bendecida por Dios como la del Padre Kentenich. El vio como a pesar de todas las dificultades la Obra se extendía cada vez más. La Alianza de Amor que selló con María el 18 de Octubre de 1914 en la Capillita de San Miguel, llegó a ser fuente de bendición para todos los que se ha incorporado y consagrado a la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt.

Actualmente existen Santuarios en todos los continentes y muchas personas han experimentado allí las bendiciones que la Santísima Virgen regala. Un padre de Familia escribió desde Francia: “Tuve la oportunidad de constatar que en distintas partes del mundo existen Santuarios que han sido constuídos como en Schoenstatt, y en los cuales reina la sinceridad de corazón frente a nuestra querida Señora, la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt. ¡Cuántos caminos recorridos, cuántas pruebas desde la fundación! Pero siempre ha permanecido y se ha confirmado el lema: “quien sirve a María, nunca perecerá…” Al ver los resultados de la Obra de Schoenstatt se puede decir que la Mater mira la Obra del Padre Kentenich con agrado. Es un hecho que nuestra querida Señora aceptó a este fundador. Por eso no me asombraría si fuese reconocido como Santo…”

Lo que el Padre Kentenich dijera en el año 1929, no fue sólo la expresión de su mayor anhelo sino que fue también la promesa que se ha ido realizando en la historia de Schoenstatt: “A la sombra de este Santuario se codecidirán esencialmente los destinos de la Iglesia y del mundo por siglos”. A través del Santuario y de la Santísima Virgen el Padre llegó a ser en cierto modo fuente de bendición para la Iglesia y el mundo. Una mamá que conoció al Padre en Milwaukee como Párroco de los alemanes, contó de manera muy sencilla: “¿Sabe usted qué es lo mejor que tenemos en Estados Unidos? Es nuestro Párroco. Dios es muy bueno, en realidad nosotros estamos bien en Estados Unidos… Pero lo mejor que tenemos en el momento… nos ha llegado de Alemania, es nuestro querido, bondadoso y buen Padre y Párroco”.

Los últimos tres años de la vida del Padre Kentenich, estuvieron marcados por una extraordinaria fecundidad. Daba una impresión tan sobrenatural que todos podían sentir su cercanía de Dios. Los que lo conocieron lo experimentaron como transparente de Dios Padre. Un sacerdote escribió impresionado: “El brillo y la figura de este hombre admirable y sacerdote digno es cada vez más grande y clara… La Divina Providencia misma parece estar actuando aquí de manera evidente. Indiscutiblemente se ha mostrado “la mano de Dios” en la Obra fundada por este sacerdote. Con una mirada retrospectiva vemos cómo la semilla ha brotado maravillosamente, todo bajo la mirada y las manos maternales de la Santísima Virgen”.

A menudo y con agrado el Padre Kentenich bendecía tanto a niños como a jóvenes, parejas de novios y casados. Matrimonios que no tenían hijos llegaban hasta él a pedir su bendición. Más de alguna vez la oración del Padre regaló a estos hogares los hijos deseados. Los obispos y sacerdotes que llegaban para conocer al Padre Kentenich no se iban sin recibir de él su bendición. Se tenía la impresión que su persona y su bendición elevaban al mundo sobrenatural, uniendo el cielo con la tierra. Un matrimonio escribió: “Lo que más nos impresionó de su persona fue su unión con el mundo sobrenatural… Reflejaba a Dios Padre. Para él, el mundo sobrenatural era una realidad. Esto se podía palpar en su conversación, en sus gestos, en su mirada, simplemente en todo… Cuando nos despedimos de él, ambos tuvimos la misma impresión, estuvimos en contacto con el mundo sobrenatural, estuvimos con un mensajero de Dios”.

El domingo 15 de setiembre de 1968, fiesta de los siete Dolores de la Virgen, el Padre Kentenich celebró su primera y última misa en la Iglesia de Adoración en el monte Schoenstatt. El -Ite Misa est- Id ahora yo os envío, fueron las últimas palabras del Padre y Fundador para su Familia. En la sacristía se quitó los ornamentos, saludó a los sacerdotes que lo habían acompañado durante la misa, bendijo algunos rosarios que estaban sobre la mesa y permaneció unos momentos en oración. Repentinamente se desplomó sobre la mesa. Los dos sacerdotes lo sujetaron y lo recostaron lentamente sobre el suelo, donde exhaló su último suspiro. El Padre y Fundador partió a la Eternidad tan sencillo como lo fue durante su vida. Fue sepultado en la sacristía de la Iglesia, en el mismo lugar de su muerte.

Un sacerdote al comparar la Iglesia de Adoración con un Castillo de Dios dijo: “…se debe ver como Coronación, como símbolo del carácter indestructible de la Obra del Padre Kentenich, la que aún antes de su muerte pudo completar. Lo que el Padre Kentenich sembró entre lágrimas y sacrificios, lo llevó como valiosa cosecha al granero de la Eternidad…

Las palabras esculpidas sobre su tumba, DILEXIT ECCLESIAM – Amó a la Iglesia, son el resumen de su vida y de su Obra. Yo lo venero como al “Santo” de nuestro tiempo. Que su ejemplo nos sirva de estímulo y que su intercesión ayude a nuestra Santa Madre la Iglesia”



Carta del Padre Kentenich

“Permanezca siempre unido al corazón de la Santísima Virgen. Ese es su lugar. Allí encuentra tranquilidad, seguridad y confianza victoriosa en todas las situaciones.

Haga el bien donde pueda y vea en todo la mano bondadosa del Padre que guía su vida según un sabio plan de amor.

Recuerde siempre la sencilla verdad: Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que él hace. Si conserva ésto, domina la vida y llega a ser fuente de bendición para muchos” J.K.

Fuente: Reliquias del Portal San Gabriel

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